Bueno, lo que me ocurre es que ya no soporto la sociedad, me molesta de tal manera la gente, que me llega a doler físicamente, sinceramente, es horrible.
Vivo como una carmelita, recogida en mi habitación, de la que solo salgo por dos motivos, o voy a trabajar, o de viaje. Y es que, aunque sea yo, soy humana y necesito alimentar a mi cerebro, porque sino luego me dan ictus. Este libro está siendo un bálsamo para mi mente y un tormento para mi cuerpo, lo llevo y lo traigo muerto de cansancio al pobre.
El libro, la ganancia no es económica, para darme de comer ya tengo el trabajo, no tengo necesidad de vender mis palabras, por eso escribo lo que quiero, como quiero y, parece ser que lo hago bien. Mis ganancias son humanas, salgo ganando momentos de encuentro. Solo vuelvo a sitios ya conocidos, si son queridos, en esos lugares hay abrazos en los que caben cuarenta años, charlas con amigas de toda la vida, que se juntan por primera vez, donde suenan como scherzos en la conversación, los poemas. Lugares amados, siempre acogedores, donde sentirse tranquila, a resguardo de los externos mundos feroces, librerías que huelen a libros recién mudados, librerías que son inmunes a las fiebres virales, trincheras de calmada resistencia.
Mis ganancias…bellos momentos, ver el rostro de una mujer fiero y bello, ser fuera del tiempo, enfrentarla cara a cara, sentirme ella al mirarla, una fiera siempre dolida, el Arte me calma el alma, me hace amar a los seres humanos que le dan forma y vida.
¿Diferencia entre Artemisia Gentileschi y Lita Cabellut? Ninguna. Sacar fuera, el miedo, la pena, la ira, el dolor hasta el desmayo, enseñarlo de una manera tan sincera, tan bestia, tan bella…bendito Arte eterno. Con el gusto de la sarna, pago el precio de soportar a la masa humana amontonada a mi alrededor, el exceso de colonia de esa masa humana, y el agobiante calor concentrado entre tan ilustres paredes.
Los viajes son buenos, crean espacios para que ocurran cosas buenas, volver a ver, o conocer, o encontrar, o todo junto a la vez. Lo mismo soy la única escritora que se siente feliz de que sólo vayan tres personas a la presentación de su libro. Una, la prologuista, cuya presencia se da por segura, puesto que es ella quien presenta a la poeta, y algo le va en el sarao. Dos, la ilustradora, que se podría decir que también tiene intereses propios en el asunto. Tres, mi musa, que, por ser precisamente mi musa, su presencia se supone lógicamente sospechosa de ser interesada. Sinceramente no se me ocurre mejor concurrencia. Y que bien me sentí charlando las cuatro a solas, tan ricamente, sobre lo que escribo, de como lo escribo y por qué lo escribo. No se me ocurre mejor presentación, y encima en la capital del reino.
Esta capital, que sigue siendo una ciudad bonita, limpia y luminosa, si no fuera por El Prado, la ciudad misma sería su mejor museo. Pero a veces pasa con los sitios, que aún se ven bonitos por fuera, pero por dentro ya se van pudriendo…a los camareros les molesta tener que moverse para servirte, a los taxistas hay que decirles porque calles tienen que ir, los hoteles de cuatro estrellas tienen expendedores de jabón igual que si fueran un hostal.
En fin, por lo demás, la Puerta de Alcalá, donde estaba, está.