Cada día al ponerse el sol me encamino a lo Templos Profundos, bajando la rampa procesional que los une, hasta el píe de la Pequeña Puerta, donde me espera un hermano de Orden. A ambos se nos distingue por nuestros ropajes refulgentes, con nuestros brillantes rayos de plata que, les dicen a todos los seres vivientes, sin necesidad de palabras, que somos los guardianes de los Templos Profundos.

 Intercambiamos ceremonialmente la Llave Maestra y parabienes.

Es a mí, a quien corresponden el honor y la tremenda responsabilidad, de dejar sellada la entrada de la Tumba al caer la noche, y mantener por encima de todo su inviolabilidad.

 Cuando a la hora oscura cierro con mis propias manos, la Gran Puerta de la Triple Tumba de Xiof, siento como el mundo exterior es engullido por la oscuridad, quedando aislada del mundo y del tiempo. Noto recorriendo mi espinazo el profundo sonido de la reverberación de los pesados cerrojos. La Gran Puerta resta cerrada.

Es en ese momento, cuando me giro y miro la profundidad del Templo, sabiendo que hasta que el sol despunte de nuevo, soy el único ser con vida en él.

Sobre los altos techos, a los que apenas llega una leve luz mortecina, se elevan los palacios de los reyes. Desde los que a veces, en la temporada estival, llegan sonidos amortiguados de sus báquicas fiestas. Pero el silencio y una adusta la tranquilidad imperan la mayor parte del año. Estoy acostumbrada al denso silencio, a la escasa luz, a la amplitud del regio espacio.

A veces, ando entre los sarcófagos y me detengo a contemplar alguno que, especialmente llame mi atención, por lo elaborado de su construcción, los ricos materiales en los que este realizado, o el hermoso cromatismo de sus colores.

 Muestras de poder terrenal, que enseñorean la estrella ascendiente de sus acaudalados poseedores. Compitiendo entre ellos por ser el más lujoso, el de mayor rango y poderío. Sus escudos heráldicos destacan sobre los sarcófagos, luciendo rampantes colores y enseñas palatinas…Pero yo, lo que más aprecio, es el silencio que llena todo el espacio existente, acomodándose sobre sobre mi persona, llegando hasta el último espacio recóndito de la tumba. Abrumada por este silencio, ceso en mis pensamientos, pues de alguna manera siento que rompo el silencio sepulcral.

¡Ostras¡, me he quedado dormida, ¿qué hora es?, las cuatro y media. Bueno, no pasa nada, total hasta las seis, ya no tengo nada que hacer. Mejor salgo a la puerta a fumarme un cigarrillo y así me despejo… EL PARKING

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