Mamás

Mamás

 

En la sala de maternidad del Hospital General (no importa cuál, pues podría ser de cualquier ciudad) ha tenido lugar un acontecimiento importante y hermoso: dos niñas mellizas acaban de llegar a este mundo. Nacieron a las once y treinta de un lunes del mes de abril de 2011, fecha que guardarán por siempre con especial cariño sus madres, Gracia y Anaïs. Están las dos en la cama, Gracia sentada al borde y Anaïs dentro de ella. Se las ve felices: sus caras sonrientes y sus gestos cariñosos dan buena cuenta del momento lleno de amor que viven.

 

–Anda, no seas tonta, nena, y vete a ver a las niñas –dice Anaïs–. Yo me encuentro bien y puedo quedarme sin ti un ratito. Además, están mamá y Estela.

 

–Bueno, vale, pero –contesta Gracia, mirando muy seriamente aunque con ojos sonrientes–, señora suegra y mi muy querida amiga, no le quitéis ojo a mi mujer o –

concluye riendo– toda la ira de los dioses caerá sobre vosotras.

 

Gracia le da un beso suave a Anaïs y abandona la habitación en busca de la sala donde se pueden ver a los bebés, que por más que le han explicado cómo se llama a ella le sigue pareciendo un escaparate de un concurso de bebés. “Preguntando se va a Roma” dice el viejo dicho que aún funciona y ya tenemos a Gracia delante del cristal (escaparate) donde están los bebés dispuestos en sus nidos. De entrada le parecen todos iguales, pero después aprecia una diferencia: los brazaletes de los niños son azules y los de las niñas rosas. “Sexistas” –piensa, indignada–

. ¿Cómo saber cuáles son sus niñas? A su lado hay un hombre de mediana edad (calcula que unos cuarenta y tantos). Le preguntará. Tal vez él sepa cómo se identifican.

 

–Disculpe, señor. ¿Cómo sabe cuál es su hijo? Es que yo tengo dos mellizas y no sé cómo identificarlas entre tantas.

 

El hombre de mediana edad (efectivamente, de cuarenta y muchos) la mira al principio aún con cara de papá bobalicón embelesado pero, cuando se fija en ella, su expresión cambia a una cara sorprendida, de  esas de decir “¡Guau! ¡Qué bombón!”

 

–Eh… sí -reacciona el hombre, sin dejar de mirarla con cara de arrobo–. Perdón, ¿qué me ha preguntado, señorita?

 

“Este tío no se entera de nada. Además, ¿por qué me mira así?” –piensa Gracia. Cae entonces en la cuenta de que al salir escopetada del despacho (“Maldonado y Asociados Abogados”) no se ha cambiado de ropa. Lleva puesto un más que atrevido traje, de falda algo corta, una blusa de seda estratégicamente desabrochada bajo su chaqueta entallada y, además, lleva doce centímetros de tacón y huele a Madeimoselle de Chanel… Con un gesto amable en su rostro, Gracia torna a preguntarle al señor:

 

–¿Sabe cómo debo hacer para identificar a mis hijas?

 

El hombre, ya repuesto del impacto visual, contesta:

 

 

–Sí, sí, claro. Hay que llamar a uno de los timbres que están situados a ambos lados del cristal. Saldrá un enfermera, le pregunta usted y ella le indica cuál es el suyo; bueno, las suyas…

 

Gracia toca el timbre con premura. Mientras, el hombre le da conversación:

 

–¿Son sus sobrinas?

 

–No, no –contesta Gracia-. Son mis hijas.

 

–Sus… hijas –dice el hombre, mirándola de arriba abajo con cara extrañada–. Pues qué rápido se ha repuesto usted –añade, sin poder evitar el comentario.

 

Gracia se vuelve hacia él mientras piensa: “decididamente, es tonto”. Con imperturbable sonrisa amable de abogada profesional, le explica al señor:

 

–Soy su madre porque los óvulos fertilizados que le implantaron a mi mujer son míos… –y deja la frase en suspenso junto a su sonrisa perfecta.

 

–Óvulos fertilizados… ¿Su mujer?… –comenta el hombre, confuso.

 

–Sí, mi mujer. Estamos legalmente casadas. Nos sometimos a un proceso de fertilización para tener hijos propios –aclara con satisfacción puramente lésbica–. El semen del donante es de un querido amigo común.

 

Gracia tenía intención de poner al día a aquel hombre sobre los derechos de la comunidad LGTB, cuando apareció una enfermera en respuesta al timbre de llamada. Se olvidó entonces del señor instantáneamente y preguntó a la enfermera cómo saber cuáles eran sus hijas. La enfermera, muy amablemente, le preguntó su nombre y el de la madre, a lo que Gracia contestó sin dilación. Como respuesta, la enfermera dio media vuelta dirigiéndose a uno de los nidos y recogiendo un bebé con uno de sus brazos; del nido contiguo cogió a la otra niña en el otro brazo, con una facilidad que a Gracia le pareció pasmosa, y se las acercó al cristal.

 

–Estas son sus hijas –dijo la enfermera–. Están sanas y son muy bonitas.

 

Gracia no podía dejar de mirar alternativamente a una y otra. Sus hijas, suyas y de su amor. “Nuestras hijas, cariño” –susurró–. Notó que estaba llorando de felicidad. La enfermera le sonrió, con sonrisa acostumbrada a tales reacciones, y volvió a depositar a cada niña en su nido.

 

–¿Ya saben cómo se llamarán? –preguntó la enfermera.

 

–Sí –contestó Gracia-. Ana y Adriana, aunque –añadió divertida– aún no sé cuál es cuál. ¿Puedo quedarme un rato mirándolas? –preguntó amablemente a la enfermera.

 

–Por supuesto, mírelas cuanto quiera.

 

Gracia se sintió intensamente feliz observando a las dos niñas. No había visto nada tan bonito en el mundo. De repente, vio que el hombre cuarentón había desaparecido y cayó en la cuenta de que hacía mucho rato que estaba allí. Tenía que volver. Echó a correr hacia la habitación de Anaïs para besarla, abrazarla, decirle que eran las madres con las hijas más bonitas de la galaxia y pasar el resto de la tarde hablando de las niñas.

nido

 

 

4 Responses to Mamás

  1. Angelah Ache dice:

    siempre es un placer leer algo tuyo, tu ternura te delata. Salud

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  2. Faly Yeste dice:

    Una historia tierna que, desgraciadamente, aún hay quien sólo sabe ver con los ojos del bobalicón padre de cuarenta y tantos: como si una mujer sólo fuera su aspecto y como si lo que le relata la protagonista fuera ciencia ficción. Hay todavía demasiados y demasiadas “normales” oficiales que necesitarían un buen implante de neuronas.

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